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López Calo, José: Catálogo del Archivo de Música de la Capilla Real de Granada

Reseña de Pilar Ramos López

Vol. I Catálogo.
Vol. II: Apéndices Documentales.
Granada: Centro de Documentación Musical de Andalucía, 1993 y 1994. 426 y 331 pp.


La Capilla Real de Granada, situada junto a la catedral, fue fundada a principios del siglo XVI por los Reyes Católicos, cuyos restos alberga. Los fondos de su capilla musical son parecidos a los de otros archivos religiosos andaluces: varios libros de canto llano escritos entre los siglos XVI y XIX, libros de polifonía religiosa del XVI, y música religiosa en latín y en castellano de los siglos XVII-XIX, en su gran mayoría en papeles sueltos o particellas, siendo escasísima la presencia de música del siglo XVII.

Siguiendo el procedimiento utilizado en el catálogo de la catedral granadina, López Calo ha dedicado el primer volumen a la catalogación de la música del archivo y el segundo a la publicación de una serie de documentos referentes a la música. Este último volumen está dividido en tres partes:

  1. "Noticias de los maestros de capilla y de otros compositores, sacadas de las actas capitulares";
  2. "Noticias Varias: Archivo de Simancas; Fondos varios del Archivo Capitular"; y
  3. "El Apéndice documental de la primera edición".


Los criterios de la selección de documentos no se especifican. No se trata de un vaciado completo de las cuestiones musicales contenidas en las actas capitulares granadinas. Por sólo poner un ejemplo, no se refleja ningún acta de los siete primeros meses del año 1768, a parte de que el hecho de ceñirse a las noticias sobre "compositores" significa dejar las noticias sobre instrumentos, plantillas, obras, etc., que tienen, al menos, igual interés. Tampoco se ha realizado un vaciado de los documentos de Simancas relativos a la Capilla Real, sino sólo de algunos documentos de los siglos XVI y XVII. Por último se reproducen los documentos sobre inventarios que ya publicara López Calo en su catálogo de 1958.

Centraremos nuestra recensión en el catálogo, que será sin duda el volumen más utilizado. Los cuarenta libros del archivo de canto gregoriano se liquidan en cuatro páginas que no añaden nada al catálogo publicado por López Calo en 1958 , que su propio autor ha calificado como "mal hecho [..] con notables defectos, propios de un primerizo en estas difíciles lides de catalogación de archivos musicales" . Clasifica los libros según su ornamentación en cuatro grupos sin especificar qué libros pertenecen a cada grupo o siquiera cuántos hay de cada grupo, y sin ofrecer signatura alguna. Aunque se menciona la realización de una tesis de licenciatura sobre esos libros, no se utiliza. Dicha tesina, inédita, de Angustias Alvarez del Castillo, es, como señala su título, un Catálogo de los libros corales de la Capilla Real de Granada (Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras, 1973) y en ella encontrará el investigador la signatura y descripción de los ejemplares así como la enumeración de las piezas de cada uno de los libros de canto llano, informaciones todas ellas ausentes en el catálogo de López Calo.

Con respecto al catálogo de la música polifónica un primer inconveniente es la total falta de criterio sobre el objeto de asignación de los números de catálogo; así:

  • se identifican y registran como obras distintas los movimientos o partes de una misma pieza. El famoso motete Andreas Christi famulus de Cristóbal de Morales aparece catalogado como dos obras diferentes la nº 241 y la nº 242 (p. 68), cuando, como dice la propia fuente, se trata de las dos partes del mismo motete. Siguiendo igual criterio, los cuatro números de una Salve Regina de Francisco Guerrero aparecen como cuatro obras diferentes (p. 109). Sin embargo en las misas un mismo número de registro sirve para todos movimientos.
  • las distintas copias o ejemplares de una misma obra aparecen con números de registro diferentes, sin que haya referencias cruzadas. Por ejemplo las misas de Capitán nº 26 (p. 27), 260 (p. 72) y 1057 (p. 289) no son sino diferentes copias de la misma obra, hecho que no se hace constar. Igualmente, el nº 35 y el 341 son un único Simile est regnum caelorum de Francisco Guerrero; así como los O vos omnes de Victoria nº 68 y 463.
  • A veces se da un mismo número de registro a dos obras diferentes. Por ejemplo con el nº 1367 aparecen los motetes O vos omnes y Vere languores.


Por las mismas razones, y porque en los catálogos de López Calo "Anónimo" es a menudo el "pseudónimo" de autores como T. L. de Victoria, o Capitán, es imposible saber cuántas obras hay en la Capilla Real de un autor determinado. Y el buscar las obras de un autor concreto en un archivo es, no lo olvidemos, uno de los usos más frecuentes de cualquier catálogo. López Calo es consciente de lo absurdo de presentar como anónimas obras cuya autoría se conoce, así en la introducción al presente catálogo escribe:

"prescindo completamente de todo intento crítico respecto a posibles identidades, similitudes o diferencias de algunas composiciones que se encuentran también en otras copias, lo mismo que respecto a paternidades de obras que figuran como
anónimas, y cuya autoría se conoce por otras fuentes" (Vol. I, pp 11-12).

Pero el llamar "anónimas" sin más a obras de autor conocido no es prescindir "de todo intento crítico", sino renunciar a una de las más básicas reglas de catalogación. No es lo mismo una obra anónima, cuya autoría se desconoce, y otra cuya autoría se conoce pero que no aparece en la fuente catalogada (lo que, naturalmente, hay que hacer constar). Ya en la introducción al Catálogo del archivo de música de la Catedral de Granada (Granada: Centro de Documentación Musical, 1991) se había curado en salud:

"Cualquier lector avisado se dará cuenta inmediatamente, con sólo ver los incipits, de esas relaciones mutuas entre composiciones; y creo que no hará falta jurarle que, si eso se descubre con sólo ver los íncipits, mucho más lo ha visto quien ha pasado, hoja por hoja, y varias veces, todo el archivo de música de Granada, en un estudio minucioso hasta la exageración" (p. XXXI)

Sin embargo, de poco nos sirve que el catalogador reconozca los autores de unas obras si no nos da esa información. Un ejemplo obvio es Veni, Sponsa Christi, de Ambrosio de Cotes, nº 212, que aparece como anónimo con el nº 32. O el Vere languores de Victoria, que figura con los números 242 y 462 como de su autor, y como obra anónima con los números 1347, 1352, 1367, y 1377. Es inevitable que cuando se cataloga un archivo se escapen y den como anónimas piezas cuyo autor conocemos por otros catálogos. Es un error con el que todo investigador cuenta a la hora de manejar un catálogo. Pero es evidente que cualquier catalogación debe intentar reducir al mínimo estos errores y por ello resulta incomprensible su explícita adopción sistemática. Si toda pieza en la que no consta el autor se da como anónima sin añadir ninguna información ¿qué diferencia hay entre un catálogo realizado por un estudiante de solfeo y otro realizado por un profesional? ¿de qué sirve entonces ese "estudio minucioso hasta la exageración" de las piezas catalogadas que López Calo asegura haber realizado?

Los catálogos de archivos musicales suelen ser de dos tipos diferentes: topográficos o por autores. López Calo combina ambos métodos pero sin dar nunca las referencias cruzadas. Así, las piezas contenidas en los libros de polifonía, sean éstos de varios autores o no, manuscritos o impresos, están catalogadas por el orden con el que aparecen en los libros. Sin embargo, la música no conservada en libros aparece catalogada por autores. Los inconvenientes son pues muchos: si se quiere saber cuántas obras hay de un compositor en el archivo es necesario recorrer los libros de polifonía (donde, recordemos, no hay ningún orden alfabético, ni de títulos ni de autores) y luego las obras escritas en partes sueltas. En la breve introducción a su libro, López Calo no justifica esta opción, como tampoco otros criterios seguidos en el catálogo, argumentando que los explica en las introducciones a otros catálogos suyos (p. 11). En su citada "Ponencia inaugural: Clasificación y catalogación de los archivos musicales españoles", López Calo afirma que "cuando hay que buscar un autor concreto, resulta más cómodo y rápido ir al índice alfabético del final y luego a la página o páginas de referencia." Pero la práctica nos demuestra lo contrario. Si se busca una obra concreta de un autor conocido, por ejemplo, el O vos omnes de T. L. de Victoria, el índice indica las páginas 30, 36, 92 ss., 124 ss. Efectivamente, en la p. 36 aparece una copia, pero las obras del libro de motetes de 1583, catalogado a partir de la p. 92, no están ordenadas alfabéticamente por lo que será necesario leer de arriba abajo las trece páginas que ocupa. Si además se quiere comprobar si alguno de los O vos omnes catalogados como anónimos es de Victoria, la operación se complica y alarga enormemente. En el índice alfabético final no aparece el autor "anónimo", por tanto hay que ir al índice del principio, donde se recoge que de la p. 388 a la 395 están los "motetes y formas afines" anónimos; tras buscar en éstas, habrá que recorrer una a una las 124 páginas del apartado "polifonía a cappella" en el que son frecuentes los anónimos, y en el que, recordemos, las piezas tampoco están ordenadas alfabéticamente.

López Calo no recoge las correspondencias entre los nuevos números asignados a las obras del archivo y los números que estas mismas piezas tenían en el catálogo anterior. Como ambos catálogos identifican número de catálogo y signatura topográfica, y además, son de un mismo autor, las confusiones son fáciles. Así el villancico Hasta cuándo, Señor, durará el llanto de Esteban Redondo, nº 936 en el catálogo de 1993, era el nº 1094 en el catálogo de 1972. El villancico nº 936 en el catálogo antiguo es No llores, no gimas de Juan Gaitán.

Los datos reflejados de cada pieza son, exclusivamente, el nombre del autor si aparece en la fuente, el título tal y como figura en la fuente, la plantilla (a excepción de algunas obras importantes), el incipit y alguna observación, en su caso. No se recoge pues el tono ni el número de papeles sueltos o cuadernillos de que consta cada obra. El tomar sólo el título que aparece en la fuente es sin duda cómodo para el catalogador, pero puede resultar enigmático para el lector. En la p. 20 se cataloga por ejemplo la siguiente obra dicendo: "Nº 2. Fol. 18 v. Cristóbal de Morales: Misa. El segundo Agnus Dei es a 5 voces, con un canon a la quinta." A continuación se recogen los incipits. En la página anterior se había mencionado que "Todas las obras [de este libro] son a 4 v. (SATB), mientras no se especifique lo contrario." Pero ¿por qué no añadir que se trata de la Misa Cortilla (fa re ut fa sol la), si en catálogos de la obra de Morales hace años que se cita la copia del archivo de la Capilla Real de Granada? ¿Qué diríamos de la ficha de un catálogo que dijera "Cantata" de J. S. Bach sin especificar cuál? ¿Es cómodo que para saber qué obras tiene un catálogo sea necesario contrastarlo con los catálogos de los compositores?. López Calo defiende

"la convicción de que los respectivos catálogos debían limitarse a describir, con todo el detalle posible los materiales que se encuentran en cada archivo, y tal como se encuentran en él, dejando toda la labor crítica para los estudios monográficos sobre autores, tipos de composiciones etc." (p. 12)

Pero las fichas distan de estar detalladas. Por ejemplo, del libro nº 6 "Cinco volúmenes de polifonía", volumen que "Por ser casi todas las composiciones de maestros granadinos de la segunda mitad del siglo XVI, que sólo conocemos por este códice, es tal vez el manuscrito más importante de todo el rico archivo musical de la Real Capilla" no señala cuál es la plantilla de los motetes a cinco o seis voces:

"Las combinaciones en las obras a 5 o 6 voces son más variadas. Pero, puesto que en estos casos frecuentemente falta una voz, prescindo, como excepción a la norma que me he propuesto en este catálogo, de especificar las voces de cada composición, limitándome a dar su número" (p. 59)

Como resultado, del motete Senex puerum portabat de Ambrosio Cotes (p. 64) se señala que es a 5 voces y que falta una voz, pero no se dice cuáles son esas cinco voces ni cuál es la voz que falta. "Detallada" falta de información que se repite, como hemos visto, en todos los motetes a 5 y a 6 de ese libro.

Las fichas de las obras en castellano son también escuetas. Por ejemplo la nº 936, el Villancico Al Nacimiento Hasta cuándo, Señor, durará el llanto de Esteban Redondo menciona "'Calenda a 6, con violines, óboes y trompas': AT, SATB, dos violines, dos óboes, dos trompas en re, timbales y acompañamiento. Sólo las particellas manuscritas. El tenor del 2º coro está repetido para un instrumento." Pero pasa por alto que consta de siete partes (I Introducción, Allegro, II Moderato, III Recitado, IV Allegro, V Recitado Allegro, VI Aria Allegro, VII Final Allegro) y que en cada una de estas partes los oboes van alternado con dos flautas. Es sabido que, frecuentemente, en las capillas españolas un mismo ministril tocaba varios instrumentos; por tanto no puede nunca confundirse el número de papeles con el número de instrumentos. Además, el no incluir las partes de que consta cada villancico, lleva a silenciar datos importantes, como, por ejemplo, si tienen tonadilla, seguidilla, aria o recitado, términos que muchas veces no aparecen en los títulos.

Los incipits resultan defectuosos por dos razones: no recogen las indicaciones de tempo, y el texto no está alineado debajo de las notas correspondientes. En la mencionada "Ponencia inaugural: Clasificación y catalogación de los archivos musicales españoles", López Calo señala que es imposible realizar los incipits musicales con ordenador de forma que cada sílaba esté debajo de la nota correspondiente. Al margen de que los programas buenos de edición musical siempre han permitido alinear el texto, y aún suponiendo que fuera imposible copiar un incipit correctamente por ordenador la solución no es hacerlos mal, sino escoger otro sistema, como copiarlos a mano. Siempre es preferible un incipit correcto a mano a uno malo a ordenador, aunque el político de turno responsable de las publicaciones no dudará en escoger el segundo.

En definitiva el catálogo de López Calo es incómodo de manejar, pues los autores no están ordenados alfabéticamente ni sus obras tampoco, y con frecuencia las obras de un mismo autor aparecen desperdigadas. No permite saber de cuántas obras consta el archivo, ni ofrece una descripción mínimamente detallada de cada una de las piezas. Además presenta como anónimas obras de conocida autoría. Lo menos que puede decirse es que es un pobre resultado para un catálogo que se supone fruto de "más de cuarenta años" de trabajo en los archivos de la Capilla Real de Granada (p. 13).��


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